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La estrategia de la 4T: ¿Más programas sociales para salir de la crisis? [I]

Actualizado: 21 may 2020

Número 42, Año 7, abril 2020


¿Qué son los programas sociales?

Los programas sociales son mecanismos mediante los cuales los Estados y sus gobiernos destinan recursos económicos y políticos para promover y atender ciertas necesidades, llamadas “sociales”, tales como la vivienda, la salud, la alimentación, educación, capacitación para el trabajo, etc. El grado y alcance de estos programas, es decir, las fuerzas y los recursos invertidos varían según el enfoque que se asuma. En general podemos distinguir dos grandes perspectivas o modos de desplegar los programas sociales.


En primer lugar la perspectiva propia de los llamados Estados de bienestar o Estados sociales que existieron en algunas partes de Europa, los EE.UU. y alguna modalidad descafeinada en países latinoamericanos entre los años cincuenta y setenta del siglo XX. Según esta perspectiva los programas sociales o la política social debía alcanzar al conjunto de la sociedad y promover el desarrollo humano, por lo mismo se buscaba satisfacer las necesidades primarias, como educación, salud, vivienda, y con ello establecer las condiciones mínimas para avanzar hacia el desarrollo. Desde esta posición los programas sociales eran un área fundamental de la política estatal y tenían un carácter universal, es decir, estaban dirigidos a todos los ciudadanos.


En segundo lugar está la perspectiva que adoptaron los Estados y sus gobiernos durante la etapa neoliberal tras los años setenta, en particular en los países periféricos, pero también en Europa y los EE.UU. Desde la perspectiva neoliberal los programas sociales debían reducirse ya que, decían, agigantaban el aparato estatal, promovían instituciones ineficientes y burocráticas; el plan era “adelgazar” al Estado, lo que exigía eliminar los programas sociales de carácter universal y convertirlos en programas con muchos menos recursos y de carácter focal, es decir, destinar menos recursos a menos personas.


De este modo se pasó de programas dirigidos a todos los ciudadanos a programas enfocados en aquellos que más lo necesitarán y sólo como parte de un proceso de capacitación y de ayuda momentánea, es decir, no se buscó satisfacer la necesidad en cuestión, sea salud, educación o vivienda, sino tan sólo apoyar para que fuera el afectado o afectada quien lograra solventar, según su propio esfuerzo, sus carencias; perspectiva muy ad hoc con el más agrio individualismo. Se trató, fundamentalmente, de las llamadas “transferencias monetarias condicionadas”.


Hasta aquí lo que en teoría deben ser los programas sociales. A pesar de las diferencias entre las dos perspectivas mencionadas, vale la pena insistir en las similitudes y los serios límites que ambas mantienen respecto a satisfacer las necesidades sociales.


Primero, debemos mencionar que en ambos casos se trata de políticas sociales que se desarrollan dentro del sistema capitalista, es decir, programas sociales que nacen y se despliegan dentro del capitalismo y por lo mismo están limitados a promover y satisfacer las necesidades sociales en la medida en que no atenten contra la acumulación de capital y nunca más allá.


Si la cantidad y calidad de los recursos destinados a, por ejemplo, brindar salud o educación, se convierten en un obstáculo insalvable para acumular más capital, para hacer buenos negocios, estos programas sociales, más tarde que temprano serán eliminados o disminuidos; en el mismo sentido, si tal o cual programa social permite consolidar las condiciones para que el capital siga acumulándose, por ejemplo, al capacitar a trabajadores, al mantenerlos vivos para que puedan ir al trabajo cada día, o al asegurar que sean buenos consumidores, entonces ese programa social se mantendrá.


Segundo, en ambos casos los programas sociales se despliegan desde el aparato estatal, por lo que, sin estructuras democráticas de base, terminan negando u obstaculizando la participación popular desde abajo, por lo que plantean serios retos a la consolidación de una sociedad democrática, sin mencionar los problemas de planeación, ejecución y evaluación que nacen de su carácter altamente estatista y centralizado.


Tercero, tanto en la perspectiva neoliberal como en la del estado de bienestar se trata de mecanismos de transferencia de la riqueza que, llegada la crisis, no logran satisfacer las necesidades sociales. Esto es así ya que puestos a decidir, la burguesía y sus representantes optan por mantener sus intereses en detrimento de los intereses de las mayorías. Como decíamos líneas arriba, los programas sociales existen en tanto permitan fortalecer la acumulación de capital, por lo que cuando esta se encuentra en riesgo, no hay programa social que se mantenga a flote, salvo que la organización popular los obligue a ello.

Programas sociales y 4T

En la autodenominada 4T los programas sociales se perfilan, al menos mediáticamente, como una de las principales líneas de acción del gobierno. El gobierno actual ha recuperado viejos programas sociales, reformulado otros e iniciado algunos más. De los viejos programas que ahora se presentan con nuevos nombres y pequeñas modificaciones están, por ejemplo, el “oportunidades” de los gobiernos panistas, o el “solidaridad”, programa estrella del gobierno de Carlos de Salinas, por mencionar algunos.


Los principales programas ejecutados actualmente son: los apoyos a personas de la tercera edad, las becas del bienestar que incluyen a diferentes sectores sociales y etarios, los créditos a la palabra para la producción agrícola, Sembrando Vida, las becas de capacitación para el trabajo denominadas Jóvenes construyendo el futuro y las becas estudiantiles en los diversos grados de estudio, por mencionar los más importantes. Todos son, en esencia, transferencias monetarias que se proponen estimular a los diversos sujetos ya sea a estudiar, realizar tal o cual actividad productiva, etc., mientras el gobierno los dota de una retribución económica. Lo relativamente novedoso es que se recupera la orientación estratégica, propia del llamado estado de bienestar, de establecer programas de carácter universal.


La pregunta obvia, más allá de consideraciones formales o de objeciones ideológicas que promueve la derecha, es ¿de dónde saldrá el dinero para estos programas sociales? La respuesta que ha dado el gobierno ha sido franca y abierta, los recursos vendrán de la mejor administración del dinero existente, de la mejor administración de los recursos que el Estado tiene, mejoría sustentada en la llamada “austeridad republicana” y en la lucha contra la corrupción.


Hasta aquí la sensibilidad popular aplaude que por fin haya un gobierno que se preocupe por dar un poco a los pobres, a los siempre olvidados y marginados, todo parece sintetizarse en la afirmación “antes, ni el PRI ni el PAN nos daban nada, ahora por lo menos el gobierno nos da un poco”; sin embargo, siempre es importante ir más allá de las apariencias, preguntarnos por lo que está detrás, por lo fundamental, para acceder a la verdad.


La simple verdad es que los recursos que ahora el gobierno nos dará en forma de becas o créditos baratos, provienen del pueblo mismo, de las y los trabajadores fundamentalmente. El gobierno no crea riqueza, la obtiene principalmente a través de los impuestos, y en nuestro país, es una verdad a todas luces evidente, los ricos no pagan o pagan poquísimos impuestos.




Pensemos que en el primer año de la 4T se destinó a programas sociales sólo alrededor del 1.2% del PIB y que para este 2020 se estima que el gasto en programas sociales sea del 3.4% del PIB. En cualquier caso se trata de una cifra mínima en comparación con las ganancias que se quedan burgueses y grandes empresarios. Otro modo de ver la situación es observando el gasto social en su conjunto, esto es, lo gastado en los programas sociales más los presupuestos para educación, salud, pensiones, etc. México es el país de la OCDE con menor gasto social, por ejemplo, para 2018 se trataba solo del 7.5% del PIB, mientras que Francia, quien ejerce el mayor gasto social, invertía alrededor del 31.2% del PIB, por otro lado, en América Latina países como Brasil y Argentina gastaron alrededor de 15%.[1]


Con estas simples cifras podemos observar que lo destinado a satisfacer las necesidades sociales mínimas no son ni la cuarta parte de toda la riqueza generada por las y los millones de trabajadores alrededor del país.


(Continuará...)

[1] La CEPAL declara que el gasto en programas sociales, durante 2019, siguió siendo bajo, del 1.27% del PIB, https://aristeguinoticias.com/0210/mexico/gasto-publico-para-programas-sociales-es-bajo-alicia-barcena/ . En programas sociales, para 2020 se estima en 3.4% del PIB, https://www.forbes.com.mx/los-programas-sociales-de-amlo-opacos-y-sin-control-sobre-quien-los-recibe/ . Sobre las estimaciones del gasto social, según la OCDE, https://www.eleconomista.com.mx/economia/En-el-2020-mas-de-2.7-billones-de-pesos-irian-a-gasto-social-20190922-0077.html

La estrategia de la 4T: ¿Más programas sociales para salir de la crisis? PARTE 2:











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