Número 22, Año 4, junio - julio, 2017
En los últimos meses, a lo interno de la Organización de Estados Americanos (OEA) se puede percibir la agitación propia de las épocas en que se busca someter a algún movimiento, algún gobierno que se esté “saliendo del huacal” y que no obedezca al amo. Se han realizado varios intentos por convocar reuniones ilegales en el organismo y aplicar medidas coercitivas a Venezuela, impulsadas por su secretario general, Luis Almagro, y países con gobiernos de derecha encabezados por EEUU y, cómo no, por el gobierno mexicano de EPN. La convicción del gobierno mexicano por tratar el tema es tal, que incluso ha logrado traer por primera vez en su historia la realización de la asamblea general anual de la OEA a la ciudad de Cancún del 19 al 21 de junio. Así es, mientras en México el Estado puede lo mismo desaparecer 43 estudiantes, que asesinar miles de periodistas impunemente, o tener en sus cárceles a miles de presos políticos, para no hablar de los cientos de miles de casos de violación a los derechos humanos, el gobierno mexicano se da a la tarea de manifestar su “profunda preocupación” por la situación venezolana o rechazar la “situación de violencia” en el país sudamericano, pues todo esto atenta contra los “valores democráticos” y los derechos humanos en ese país. Así, después de varias reuniones con funcionarios de EEUU que también han manifestado su preocupación, la diplomacia mexicana ha impulsado, como nunca antes, reuniones informales, formales, y ha apoyado declaraciones conjuntas para presionar al gobierno venezolano. ¿Y cómo no iba preocupar a Washington que justamente el país con más reservas de petróleo en el mundo no se someta a sus designios como sí lo hace su lacayo, el gobierno mexicano? ¿Y cómo no iba preocupar al lacayo mexicano que esa inmensa cantidad de recursos no vayan a parar a las manos de su amo y señor? Pero no seamos malpensados y preguntémonos sobre los motivos que tiene este organismo para poner en el centro de su agenda el tema, ¿será que los intentos de discutir el caso venezolano es un impulso desinteresado? ¿La OEA es realmente un organismo que impulse la democracia en la región? ¿Es posible que mediante la bendición de esta institución se pueda aspirar a la libre determinación de los pueblos de América Latina? Ahora, para respondernos sumerjámonos brevemente en el tiempo que lleva de vida la OEA. Con su sede en el mismo corazón del imperio, Washington DC, desde sus inicios esta organización está íntimamente ligada a los intereses estadounidenses en la región, los cuales giran en torno a mantener un sistema basado en la extracción de recursos naturales y la explotación del hombre por el hombre y en el que ellos son los más grandes beneficiados. Incluso en su página oficial, la institución no oculta este hecho, y orgullosa niega que los antecedentes se encentren en los ideales de Simón Bolívar y presenta como principal impulsor de la integración regional a EEUU, y como antecedente de su creación a la Primera Conferencia Internacional Americana de Washington, desde finales del siglo XIX, en pleno reacomodo internacional entre potencias, así como tampoco duda en afirmar que los motivos de la creación de este organismo están enfocados en “el fortalecimiento de los lazos entre el Estado y el sector privado en un entorno pacífico de cooperación y seguridad regional”, es decir, en el desarrollo del capitalismo en nuestros países. ¿Y cómo garantizar que se mantenga este sistema? Pues ellos mismos presumen que, desde la adopción del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) impulsado por Washington en 1947, cuando el mundo se dividía entre dos opciones de sistema económico, la América Latina se encuentra bajo la tutela de una sola potencia: EEUU. Afirman que con el tratado se asegura “la legítima defensa colectiva ante un eventual ataque de una potencia de otra región (!)”. La OEA es y ha sido el brazo institucional que ha servido de apoyo a los aparatos de inteligencia de EEUU para conspirar contra gobiernos, impulsar, respaldar y blanquear un sinnúmero de golpes de Estado, intervenir militarmente. Son quienes aprobaron la intervención yanqui en Guatemala para derrocar a Jacobo Arbenz en 1954; quienes condenaron al aislamiento de la región por alrededor de cincuenta años a la Cuba revolucionaria –que dignamente se ha negado a iniciar el diálogo para su reincorporación en la OEA-; quienes intervinieron militarmente con las fuerzas norteamericanas en la revolución dominicana de 1965, ocupando ese territorio posteriormente; quienes después de un acto teatral expulsando al gobierno golpista de Honduras en 2009, posteriormente legitimaron el golpe aprobando el reingreso del gobierno que ya había condenado a Honduras a un nuevo periodo de sometimiento y dependencia, pues había decretado su salida de la ALBA; son quienes han callado en numerosos actos de injusticias internacionales contra los países latinoamericanos, quienes se reservan su condena a la intervención extranjera cuando callan respecto a la ocupación de las islas Malvinas por el Reino Unido; quienes callan ahora respecto a la agresión y amenazas del gobierno de Washington de fabricar un muro contra su vecino del sur, con el pleno sometimiento del gobierno mexicano… En resumen, son los defensores de la propiedad privada, del derecho norteamericano a dominar la región, los que vigilan que se mantenga un orden establecido internacionalmente que solo beneficia, como aquí en casa, a un puñado de hombres ricos y poderosos que se hartan los bolsillos con el sudor y la sangre de los pueblos empobrecidos, del pueblo empobrecido. Al final, ¿qué puede costarle a un país que destina el mismo presupuesto que el resto de países del mundo al gasto militar, manipular una organización que se mantiene con un presupuesto de cuyo fondo regular EEUU aporta el 60 porciento? Cuando la diplomacia no logra responder a los intereses del imperio, siempre está la fuerza de las armas. ¿O es a la inversa? Y es ese mismo interés en mantener el status quo internacional el que ahora lleva al imperio a escalar sus intentos de desestabilización de gobiernos que pudieran poner en riesgo su predominio en la zona, y a apoyar a la voraz burguesía de la región –dispuesta siempre a comer las migajas que el plato del imperio deja caer-, como actualmente en Venezuela, a través de su “Ministerio de las colonias” como fue bautizada la OEA por Fidel Castro. La OEA está desprestigiada, cada vez son más las voces que critican su política –Venezuela misma ha decretado su salida del organismo-, pero aún así opera, y hará lo posible hasta su último suspiro por cumplir sus objetivos. Por eso, como dijo el cantautor cubano Carlos Puebla, “Cómo no me voy a reír de la OEA si es una cosa tan fea…” La respuesta es NO. Los pueblos de América Latina y el mundo no podrán encontrar su libre determinación encomendándose a las decisiones de esas organizaciones que, tanto aquí como en otros continentes, velarán por los intereses de ese puñado de arriba, encabezados por los ricos de las principales potencias. Corresponde a los pueblos liberarse por sí mismos, mediante la lucha organizada, y no solo al margen de esos organismos internacionales, sino a pesar de ellos. El ejemplo más claro en este hemisferio es el pueblo cubano que, si ha sobrevivido tantos años a la atroz ofensiva imperialista y aislamiento internacional, es porque en sus calles y montañas se gestó y sobrevive una revolución popular; el pueblo organizado en sindicatos, cooperativas, organizaciones campesinas, etc., es quien llevó a cabo la liberación del pueblo mismo y ahora lleva a cabo la defensa de la revolución.
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